Scarlett Lehn, Mel Gonzáles y Oak Reed, tres nombres desconocidos de tres jóvenes valientes capaces no sólo de romper con las convenciones más rígidas del género, sino de hacerlo en el adverso contexto de la tradicional fiesta de fin de curso celebrada en la mayoría de institutos norteamericanos.
Oak Reed se siente un hombre aunque nació siendo una mujer biológica. En 2010 Oak fue elegido por sus compañeros y compañeras “rey” de la fiesta en el Mona Shores High School, sin embargo, el centro educativo le denegó la corona al no ser un “varón” real. Los y las estudiantes del instituto se movilizaron a favor de Oak, pero el resultado de su campaña a través de las redes sociales sólo condujo al instituto a eliminar las figuras de rey y reina para el siguiente año, no a coronar al legítimo ganador del concurso.
Afortunadamente, sentar precedente nunca es una lucha librada en balde, quizás Oak Reed contribuyó a abrir el camino para que en septiembre de este año la estudiante transgénero, Scarlett Lehn, fuera coronada reina de la fiesta en Colorado, al mismo tiempo que otro adolescente transgénero, Mel Gonzáles, era coronado rey en el condado de Fort Bend.
Parece que en ocasiones los y las estudiantes, a pesar de su juventud, son capaces de ir más allá de convenciones sociales limitadoras y discriminatorias, en las que, en cambio, sus maestros y maestras permanecen anclados. Los famosos bailes de fin de curso, y el ritual de coronación que los acompaña, son de sobras conocidos por su heterosexismo – siempre pareja formada por chico/chica, ella elegida por su belleza, él por su fuerza y dotes deportivas –, por el papel que juegan en perpetuar dinámicas de discriminación y acoso escolar y por contribuir a una organización estratificada y jerarquizada, en absoluto igualitaria, de la comunidad estudiantil. Pero ¡sorpresa!, a veces los chavales y chavalas van muchos pasos por delante de la comunidad adulta y, rompiendo esquemas, barreras y prejuicios, eligen no discriminar a un compañero por el hecho de que su género elegido no encaje con su sexo biológico (es importante recordar que los niños y niñas transgénero se encuentran entre los grupos de mayor riesgo de padecer bulling), sino que reconocen su valía y popularidad nombrándolo rey de la fiesta y llevando a cabo una activa campaña reivindicativa cuando la corona le es denegada. Punto para el alumnado, suspenso para el profesorado que, aferrado a la bazofia sexista del baile de fin de curso, es incapaz de aprender de la lección tremendamente pedagógica de sus estudiantes.
Parece también que, en algunos lugares, la comunidad educativa empieza a ser más sensible hacia las distintas expresiones de género de los niños y niñas, respetando la libertad individual a la hora de elegir qué rasgos de feminidad o de masculinidad deciden hacer suyos: son un ejemplo de este avance la decisión de los colegios católicos adscritos a la archidiócesis de Vancouver (Canadá) de adoptar una política inclusiva para los y las estudiantes transgénero, permitiéndoles usar el uniforme o los baños conforme a su identidad de género; o el protocolo de actuación presentado el pasado mes de junio por la Junta de Andalucía, para evitar situaciones discriminatorias contra niños y niñas transexuales y transgénero en los centros educativos públicos y concertados.
Pasos de gigante en la ardua tarea de ir mostrando al mundo que el binomio sexo-género es una construcción social y cultural que, lejos de estar cerrada, es plástica y está en constante redefinición.

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