Atrapadas en el tiempo

Atrapadas en el tiempo

El tiempo, además de un complejo concepto que pretende nombrar la experiencia de la duración y de la sucesión, medir y estandarizar la subjetividad del transcurrir, es un bien valioso y mal repartido: como nos recordaba ya hace algunas décadas Constantino Romero, «El tiempo es oro».

Y como el oro, este preciocísimo recurso, se distribuye de forma desigual (e injusta) entre las personas que componen una sociedad. Así, el género, la edad, la clase social, la procedencia étnica, entre muchos otros factores, condicionan el acceso al tiempo y, concretamente, el acceso al tiempo libre.

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Disponer tiempo para un@ mism@ propicia el descanso, la reparación y la desconexión mental, reduce el estrés, mejora el estado de salud, aumenta las posibilidades de cuidarse y de hacer deporte, de desarrollarse a nivel personal y profesional, así como de establecer relaciones sociales y de sentirse acompañad@.

Pero no sólo el acceso al tiempo es un factor importante para el bienestar y la salud psíquico-física-social de las personas, sino que, como demuestran diversos estudios, también la capacidad de decidir sobre el tiempo, ya sea personal, familiar o laboral, de organizarse autónomamente y autogestionarse la agenda, son factores clave para la felicidad.

De este modo, resulta que a las desigualdades de género en el acceso al tiempo (debido a la ya consabida doble/triple jornada laboral femenina o al menor poder adquisitivo de muchas mujeres que les impide la contratación de ciertos servicios liberdores de tiempo) se suman las desigualdades relacionadas con la menor autonomía sobre el tiempo (sobre el propio, debido a las mayores responsabilidades familiares y domésticas atribuidas a las mujeres, y sobre el laboral, debido al fenómeno de la segregación vertical por sexo que hace que las mujeres se sitúen en puestos de inferior categoría profesional y, por tanto, menos autónomos). Así, en relación al tiempo, ser mujer significa contar con un ingrediente menos para cocinar la felicidad.

Es por este motivo que todas las iniciativas, sociales, comunitarias o laborales, orientadas a mejorar el acceso de la población al preciado recurso del tiempo, y en concreto de aquellos colectivos más discriminados, son contribuciones importantísimas para la igualdad de oportunidades. En este sentido, la apuesta del Ayuntamiento de Barcelona por premiar a las empresas innovadoras en conciliación y tiempo debe ser aplaudida por el hecho de promover la reflexión y la experimentación horaria en el ámbito laboral, contribuyendo al derribo de las múltiples barreras que, todavía hoy, impiden la igualdad efectiva entre mujeres y hombres.

El próximo lunes 21 se publicarán las bases para presentarse al Premio, no dejéis pasar la oportunidad, no sólo de participar sino también de revisar vuestra política/filosofía del tiempo y, por tanto, vuestra apuesta por la igualdad y la no discriminación.

 

https://www.youtube.com/watch?v=pOEmME91KaA&feature=youtu.be

Votar o no votar: ciudadanas de derecho

Se aproximan elecciones autonómicas en Cataluña y la población se debate entre distintas opciones políticas, entre votar o no votar, entre el voto útil y el voto ideológico, entre la abstención y la nulidad…

Elecciones libres, el acto de votar, un hecho que más de 30 generaciones en el Estado español han vivido con la normalidad propia de una sociedad democrática.

Pero bien sabemos que las elecciones libres no son algo tan habitual sino más bien un privilegio, no sólo de las sociedades llamadas democráticas sino también de aquellas personas consideradas ciudadanas. Así, la posesión de la ciudadanía otorga el derecho a elegir por quien ser gobernado o gobernada.

La Revolución Francesa fundó la ciudadanía moderna bajo la premisa de una humanidad compartida que convertía a todos los individuos en seres iguales ante la ley. Sin embargo, esta ciudadanía, esta fraternidad humana, no se hacía extensible a todas las personas: esclav@s, mujeres, niñ@s, personas sin patrimonio, fueron excluidas de la ciudadanía y por tanto del derecho al voto.

De este modo, las mujeres entraron en la nación ciudadana por la puerta trasera, invitadas a la fiesta democrática más como una concesión que por derecho propio. Reflejo de ello ha sido la larga lucha por el voto femenino, alcanzado en algunos países en épocas escandalosamente recientes.

El primer lugar en el planeta en el que se admitió el voto femenino (siempre en el contexto de las estructuras estatales modernas, no hablamos aquí de la participación de las mujeres en el marco de otras formas comunitarias de gobierno) fue el estado de Nueva Jersey en 1776: por error. El redactado de la Constitución de aquel Estado admitía el voto de todas las “personas” residentes cuyo patrimonio fuese al menos de 50 libras. Pronto se dieron cuenta de las graves consecuencias de aquél error – ¡las mujeres con patrimonio podían votar! – y, en 1807, modificaron el artículo 4 de la Constitución, matizando que sólo podían votar quienes fueran “libres, blancos y varones” (y ricos, claro). Aprendieron pronto, en Nueva Jersey, que el genérico masculino nunca es neutro, y que al nombrar al hombre no se alude al conjunto de la humanidad, que el lenguaje androcéntrico delimita el acceso de las mujeres a los derechos que son exclusividad del varón.

En el Estado español, las primeras elecciones en las que las mujeres pudieron ejercer el derecho al voto fueron las del 19 de noviembre de 1933, hace ya casi 82 años: fueron las segundas elecciones generales de la República proclamada el 14 de abril de 1931.

El papel que jugó la diputada del Partido Radical, Clara Campoamor, en la consecución del voto femenino fue clave: ésta defendió encarnizadamente, en largos debates parlamentarios, el derecho de las mujeres a ejercer el voto, librando duros combates dialécticos y políticos, incluso frente a mujeres de talante marcadamente progresista, como la diputada del Partido Radical Socialista Victoria Kent.

“Resolved lo que queráis, pero afrontando la responsabilidad de dar entrada a esa mitad de género humano en política, para que la política sea cosa de dos, porque solo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar; las demás las hacemos todos en común, y no podéis venir aquí vosotros a legislar, a votar impuestos, a dictar deberes, a legislar sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera de nosotras” (Clara Campoamor: “El voto femenino y yo, mi pecado mortal).

Paradójicamente Clara murió en 1972, exiliada en Suiza, sólo unos meses después de que la Confederación Helvética fuera el último país europeo en aprovar el voto femeninoSuffragettes-9b.

Hoy, ante unas nuevas elecciones, las mujeres nos enfrentamos a la obligación de decidir, decidir si participamos o no y, en su caso, a quién otorgamos nuestro voto. Lo que realmente importa es que, al margen de nuestra opción, de si ejercemos o no nuestro derecho al voto, contemos con la libertad de ejercerlo y no olvidemos la lucha histórica que muchas mujeres lidiaron para concedernos esta libertad.