A veces nos pasan desapercibidas cuestiones fundamentales. Damos por hecho que lo que nos ha sido garantizado en el lugar donde vivimos, desde un prisma etnocéntrico, es extensible a otras partes del mundo y no llegamos a hacernos a la idea de que hay Derechos, con mayúscula, que todavía necesitan defensa y garante.
Tomemos como ejemplo a Malala Yousafzai, activista pakistaní, quien ha adquirido gran notoriedad mediática recientemente. Su historia es la de una luchadora incansable, preocupada por hacer llegar a un amplio espectro de población un mensaje positivo sobre temas tan fundamentales como los derechos civiles. Galardonada, entre otros reconocimientos, con el Premio Nobel de la Paz en 2014, es superviviente de violencia y promotora incansable de derechos humanos. Ha recorrido platós de televisión, realizado multitud de entrevistas escritas, protagonizado un documental, escrito un libro y participado en cumbres y conferencias a lo largo del globo. Su visibilidad es en sí misma necesaria e importante, especialmente como defensora del derecho universal de las niñas a la educación.
Esta misma educación es a veces contemplada como un servicio. Con esta concepción quien gracias a ella adquiere conocimientos suficientes para desenvolverse en el mundo de manera eficiente y adaptada; de crecer y evolucionar, de adquirir recursos, cuestionarse su entorno y poner en valor un espíritu crítico, mejorando su calidad de vida y la de su entorno en el proceso.
No obstante, no solo no está garantizado su acceso, sino que en muchas ocasiones no se completan ciclos básicos; conflictos armados, matrimonios forzosos, embarazos, labores domésticas y todo tipo de estereotipos impiden su consecución; es, también, una cuestión de género. La promulgación de leyes o el impulso de políticas fracasan al no entrar a considerar desigualdades económicas, culturales y sociales especialmente graves para las mujeres. Se hace imprescindible una toma de conciencia previa, una incorporación de la perspectiva de género para proceder a la eliminación de actitudes, estereotipos y tradiciones discriminatorias. Faltan también infraestructuras, materiales didácticos, maestras y maestros. Pero no es solamente un hecho atribuible a países concretos; la educación ha sido depreciada, despojada de presupuestos acordes y ninguneada a la hora de incorporar de manera efectiva contenidos transversales.
Desde Criteria queremos hacer balance de este 2015 que termina recordando los Objetivos del Milenio, que otorgaban especial importancia a este derecho. Para este 2015, el segundo de ellos era alcanzar la universalización de la educación primaria; desgraciadamente, los indicadores son desalentadores. Es un buen momento para reflexionar sobre el conocimiento que tenemos de esta cuestión y cómo podemos poner nuestro grano de arena para luchar contra las desigualdades que impiden el alcance de una educación universal.